LOS PROFES DE MÚSICA Y LOS ALUMNOS: PANORAMA DE UN DESAJUSATE.
El derecho a crear
Hasta décadas anteriores componer era para los que “sabían música”. Con los modernos métodos de registro sonoro ya no es tan necesario registrar en una partitura lo creado sino que se puede guardar en el celular o en el mp3. Indudablemente que todo lo producido no tiene un “valor musical” pero lo que se amplió es el derecho a crear.
También la tecnología ha permitido acceder desde los primeros años de vida a un mundo sonoro que no tiene límites con una buena conexión a banda ancha. Lo que están componiendo en estos momentos unos vietnamitas puede estar a mi alcance con un solo clic. También se ha perdido la costumbre de escuchar nuestro entorno sonoro más cercano, lamentable por cierto.
Los jóvenes han cambiado porque también cambió la manera de los jóvenes de relacionarse con el mundo, que antes era propiedad de los adultos. Antes se transformaban en sujetos cuando cumplían cierta edad. Hoy se han apropiado de las formas de disfrute, de producción, el tiempo de ocio, consumo y valoración. Los jóvenes cambiaron pero las instituciones de enseñanza no, la formación docente tampoco y los profes de Música, menos.
La tecnología trajo cambios en los roles de profesor, alumno, compositor, espectador, instrumentista y un cambio cualitativo en la relación profesor alumno. Generalmente el profesor era aquel que “sabía Música”, o sea teoría, solfeo y tocar algún instrumento. El alumno era alguien que “no sabía Música” e iba a aprender con el profesor. Hoy en día el alumno llega con una sobredosis de información sonora, conoce grupos, músicas, compositores, da cátedra de su estilo musical preferido y generalmente ha escuchado más y mejor que el profe.
Indudablemente no vamos a sacar buenos músicos enseñando sólo solfeo, definiciones y poca práctica instrumental. Y si esa práctica instrumental es sólo interpretación y nunca creación, entonces el problema es grande. Estamos todos de acuerdo que la Música facilita el desarrollo pleno de las potencialidades, intelectuales y emotivas de una persona. Pero esto no se logra con una hora semanal de canto en la escuela o en el Coro del liceo o escuchando a nuestro profe. No basta conocer el lenguaje musical para ser un músico.
Tampoco se trata de trabajar con recetas. El camino es la humildad para reconocer, que entre otras cosas, nuestros alumnos han escuchado en su corta vida más música que nosotros. Reconocer esto nos debe llevar a escuchar e investigar sobre las músicas de nuestro entorno y más allá. Después seguir formándonos. Hoy podemos estar en contacto con todas las corrientes pedagógicas y aprender. La educación, y la artística en particular, no debe ser “Bancaria” (Paulo Freire). No podemos depositar conocimientos, definiciones, fechas, lecciones de solfeo, en la cabeza de los estudiantes de Música. Debemos educar para la sensibilidad, para el consumo saludable del entorno sonoro. Debemos guiar al alumno para que se sensibilice de los sonidos de su entorno, desprejuicie sus oídos, hacerse crítico de lo que escucha y, sobre todo, a crear. Claro que para eso debemos primero sensibilizarnos, desprejuiciarnos y ser creativos nosotros.
Los conflictos en los centros educativos son un síntoma de este desajuste. Si culpamos a los jóvenes nos sacamos el peso de encima pero vamos a seguir reproduciendo y acrecentando el desajuste. Hay que repensar los conservatorios, las academias, nuestras clases particulares, pero también los programas, los medios, nuestra formación, nosotros, todo. No solamente los contenidos sino también cómo nos comunicamos en un sentido amplio.
¿Es necesario terminar con el desajuste? Es absolutamente necesario. ¿Se va a terminar el conflicto? Definitivamente no porque este conflicto se dio, se da y se va a seguir dando porque de otra manera sería el fin de la Historia, y aún estamos lejos de eso. Para terminar con el desajuste es necesario dialogar y gestionar el conflicto. Hacerlo saludable para todos los involucrados. No estoy seguro de qué hacer pero tengo la convicción que hay que empezar escuchando (como buenos músicos), después dialogar y allí se abrirá un mundo distinto para todos. No será cómodo ni sencillo pero hay que arriesgar.
¡Vale Cuatro!